Nuestros mayores

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Severino ÁLVAREZ HEVIA

[La Claraboya]

El martes, 31 de marzo, amaneció con una tímida nevada que serán rescoldos del pasado invierno, aunque ahora no hay estaciones. Decimoséptimo día de confinamiento por el estado de alarma, estamos muy bien en casa que es lo que toca. Leo sin inmutarme una noticia en La Vanguardia en la que Bélgica pide que se dejen morir a los ancianos más débiles y con coronavirus fuera de los hospitales. Nada nuevo respecto a todo lo publicado y leído todos estos días de atrás respecto a lo mismo. Todos o casi todos los países centroeuropeos y nórdicos apuestan por lo mismo, van en las mismas dirección y tesitura. Holanda y Suiza han ido incluso un poco más allá y nos han tratado de egoístas por pretender que nuestros mayores mueran en los hospitales, por pretender que tengan una atención digna hasta el último de sus días y que no se vayan al más allá con el sentimiento de que los hemos dejado abandonados a su suerte.

En Madrid, “enfermos de setenta años mueren en planta porque no tienen sitio en las UCI” (El Español), otro tanto ocurre en Cataluña y hay otras muchas provincias en la misma situación, cito entre otras, de lo que he leído, a Soria y Segovia en Castilla y León, provincias y ciudades pequeñas en las que imagino que su sistema operativo no estará capacitado para atender una avalancha sanitaria como la actual y donde además, también imagino, nunca fue necesario hacer una previsión a mayores porque ahí a un paso estaba Madrid y con ello la sanidad de referencia para un tema puntual, pero claro, ahora se ha saturado todo.

Estamos ante una pandemia mundial de magnitudes desconocidas hasta ahora y no seré yo quien entre a valorar a fondo la gestión que ante ella se está dando (que para ello seguro que los hay más doctos) pero sí puedo exponer con absoluta rotundidad que la prepotencia, el desprecio a todos y cada uno de los avisos que al respecto nos iban llegando,  el desconocimiento, la ignorancia y la improvisación, no son buenos ni grandes compañeros de viaje a la hora de afrontar crisis como estas. No obstante, no queda otra que remar con los remos y la barca que tenemos.

Nuestros mayores han sido y son a día de hoy la generación más sufrida de los últimos tiempos. A muchos de ellos les tocó vivir ya la guerra civil, a todos, o a casi todos, las duras etapas de la postguerra y todo el cambio de ciclo posterior, la industrialización, el resurgir de las ciudades y los asentamientos urbanos al amparo de aquella, el cambio de hábitos en cuanto a las comunicaciones tanto física como oral y de nuevos medios, en suma, una adaptación constante a un nuevo modo de vida como sigue ocurriendo aún en todos los países en vías de desarrollo. Momentos de familias numerosas y de emigración en las que uno de los hijos se quedaba en casa y el resto, casi siempre sin medios, tenía que lanzarse a la aventura a intentar hacerse un hueco e ir progresando para forjarse una vida.

Y esta generación que dió y da todo por sus hijos y sus nietos fue la que creo con su modo de vida, con su sentido común, con su sentido de la austeridad y del ahorro, con su sencillez en las formas, el verdadero estado de bienestar del que ahora gozamos, porque a ver si vamos a creer también ahora que el estado social del que disfrutamos fue obra de algún gobierno o de algún político.

Y fueron, y siguen siendo, con esos sus parámetros de vida, con ir un domingo al puerto o a la playa con una tortilla y unos filetes empanaos, mucho más felices que todos los yupies y toda la pijería de hoy en día que presume de ir a comer pescado crudo al restaurante japonés de moda o de ir de viaje a Tailandia y comer insectos, que es los más “in”, imagino que no estarán “deconstruidos” porque si no mira tú a ver el plato de mosquitos…

Recuerdo a un gran amigo visionario él y que hoy el pobre ya no se encuentra entre nosotros, que hace treinta años cuando veía salir a una vecina con varios perros decía, “mira, estos son los tiempos modernos, los perros para las casas y los viejos para los asilos”. Y aún se quedaba corto, que ya hay más perros que críos y en estas circunstancias se están convirtiendo no ya en animales de compañía sino en compañía de primera necesidad y ya la administración se ha puesto a investigar el desmesurado número de adopciones de estos animalitos en previsión de que una vez finalizado el estado éste de alarma el número de abandonos se incremente exponencialmente.

Y también recuerdo a otro, que jocoso y con gran sorna decía:  “me casé a los cincuenta años y perdí la juventud”, y que si hoy estuviese entre nosotros, ante las circunstancias adversas debería decir, me casé a los cincuenta años y casi no me dio tiempo ni a consumar el matrimonio, que empecé a toser y ya me quieren mandar p’allá.

Es por ello, por todo ello, que pienso que todos nuestros mayores deben de tener toda la precisa y necesaria atención que necesiten hasta el último segundo y mientras exista una mínima esperanza. Ya sé que no corren tiempos felices y que las circunstancias apremian, pero es de ley y se lo merecen, hay que intentar hacer lo posible porque ninguno de ellos expire sintiendo que lo han abandonado en la playa cuando ya había nadado hasta la orilla.

 

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