Publicado el: 07 Nov 2020

Nuestra senda

Begoña PÉREZ

Ella observa las nuevas medidas y respira tan profundamente como su corazón se lo permite, porque aunque resiste ya presenta pequeñas cicatrices, heridas mal cerradas, miedos intermitentes. En momentos así se sumerge en el presente, por costumbre  ya ausente.

Lee en voz alta mirándome de soslayo. No todo está perdido.

“Una sociedad que cuida su comunidad tendrá más opciones de no solo sobrevivir, sino de superar con solvencia y tranquilidad situaciones que amenacen su supervivencia. La comunicación y empatía entre los miembros de esa comunidad estarían por encima del pánico colectivo que una situación así puede causar”.

Lara y un servidor, en nuestra senda

Empieza un monólogo en el que yo me encuentro inmerso sin previo aviso, así que le escucho como solo yo sé hacerlo.

¿Tú crees que hacemos comunidad? Parece de sentido común, las pequeñas acciones son las que construyen una comunidad. Es verdad que a los ayuntamientos les corresponden acciones que son determinantes para la calidad de vida de sus habitantes, pero las nuestras, aquellas que dependen solo de nosotros, son las más sólidas y duraderas porque va implícito en ellas el sentido de humanidad y solidaridad como sociedad.

Comprendo sin dificultad, soy perro pero no tonto. Me parece tan sencillo que no entiendo esa manía de los humanos de analizar todo. Nosotros hacemos, ya pensarán otros por nosotros. Aunque hoy  me esforzaré aunque solo sea por comenzar el día. Todos conocéis la senda de los turistas, ciclistas, caminantes y demás aventureros en busca de un paraje bonito y cómodo para disfrutar un día agradable entre naturaleza y buen comer. Pero existe otra senda diferente, la mía, y cómo no,  la de Lara también. Somos vecinos madrugadores que buscamos la tranquilidad y el silencio del campo, los sonidos que lo habitan, que nos envuelven en las estaciones una tras otra, donde cada transformación de la misma es mirada con lupa; porque claro,  nosotros somos animales de costumbres y evaluamos cada día los mismos lugares y comprobamos si todo permanece en el mismo sitio.

Pero antes debo  contaros cómo comenzó nuestra amistad. La insistente costumbre de nuestros amos por madrugar y visitar este camino cada mañana nos permite observarnos, olernos y finalmente aceptarnos como dos seres que deben  compartir espacio por esa permanente insistencia de los humanos  de saludar, empatizar y finalmente pasear juntos conversando  a ritmo lento del bastón que exige paradas periódicas, no por necesidad sino por deleite y disfrute de lo que le rodea, sin prisas ni relojes, porque cuando la conversación fluye y  surgen momentos de vital importancia es necesario realizar una parada e inspirar emociones. Cada día hacemos el mismo trayecto, los mismos saludos, las mismas carreras, incluso Molina nos acompaña desde el otro lado de la valla durante unos pequeños pasos. El tiempo compartido y el convencimiento mutuo de que ellos se entienden e incluso se aprecian nos permite relajarnos y disfrutar también de nuestra compañía inspeccionando pequeños rastros, algún roedor o insecto interesante, pájaros despertando y lo que acompaña la estación correspondiente. Este Otoño es especial, quizás más triste, pero ahí está mi estómago llenándose de ricas castañas nueces y demás restos que encuentro. Lara me sigue pero a ella no le interesan. La edad y la experiencia le dicen que en casa le espera un manjar más sabroso que deleitar.

Esta es nuestra senda. La de Lara y yo. Hoy recuerdo, ya más de un año de compartir, de pasear, de disfrutar juntos de nuestra senda, y como no, también la de esos dos que nos acompañan con palabras, alguna sonrisa y siempre pausas de nuestro amigo el bastón para recordarnos que la prisa no es buena y menos cuando hay una conversación interesante por medio o algún peñasco que situar.

¿Qué mejor ágora, no te parece  Lara? He descubierto que contigo se vive mejor.

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