Publicado el: 24 Abr 2021

Tránsfugas, ¿o simplemente caraduras?

Por Plácido RODRÍGUEZ

En «La loca historia del mundo», de Mel Brooks, Moisés baja del Monte Sinaí con tres tablas de piedra que tienen grabados un total de 15 mandamientos. Tal que un crío travieso cuando rompe el jarrón de la vecina, el protagonista de la película se adapta a las circunstancias al caérsele una de las tablas, de tal manera que rebaja, sobre la marcha, el mensaje de Dios a los 10 que todos conocemos. A partir de esta propuesta cinematográfica, y si la asociación de Abogados Cristianos no te denuncia, se puede elucubrar, sin más presión añadida que la que ejerce la fe religiosa, sobre el contenido de los 5 mandamientos que se hicieron pedazos. Yo me atrevo a sugerir uno. «No te asociarás con tránsfugas», o lo que fuera el equivalente, en aquellos tiempos bíblicos, de aquel cargo público que no lo abandona al separarse del partido que lo presentó como candidato. Divagando sobre el origen de los tránsfugas, me atrevo a sugerir que el primero fue aquel que una tribu primitiva eligió para vigilar la comida mientras los demás iban de caza, y cuando volvieron ya no tenían víveres porque el traidor se los había dado a otra tribu para que le dejasen cuidar su comida, que era más abundante. Aunque, tal vez aquellos prehistóricos sabían cómo tratar a los tránsfugas, y la segunda tribu que compró sus favores lo asó a fuego lento, temerosos de que con ellos hiciese lo mismo.

Con este supuesto no quiero justificar en modo alguno el canibalismo ni la quema de tránsfugas, es sólo un supuesto de lo que pudo ocurrir hace muchos miles de años. Porque, en efecto, la historia está llena de traidores, pero el concepto de tránsfuga es mucho más reciente, porque va ligado al de la democracia representativa moderna. Así podría decirse que Judas Iscariote fue un traidor, porque se vendió por 30 monedas, pero creo que no sería propio llamarlo tránsfuga porque, aunque traicionó a Jesús, que fue quien lo eligió como apóstol, no llegó a traicionar a una base de electores; simplemente porque los apóstoles eran puestos a dedo.

Toni Cantó con Isabel Ayuso / La Voz del Galicia

Es por eso lo que los tránsfugas son tan dañinos, porque son a la política lo que las goteras a un tejado; si no los eliminas, acaban desmoronando edificios y deteriorando gravemente la casa de la democracia. ¿Alguien se imagina que un defensa cambie la camiseta en pleno partido y se ponga de delantero del equipo contrario? Quién sabe, tal vez los ultras de su equipo le den un final parecido al de aquel hombre primitivo.

El tránsfuga altera con sus vaivenes la voluntad de los votantes; es un timador político que se vende al mejor postor para mejorar sus expectativas de cara al futuro. El tránsfuga usurpa siglas, estafa a los electores, daña la cultura democrática y favorece la corrupción. El tránsfuga es en una fiesta el «pa qué me invitan si saben cómo me pongo». El tránsfuga es un impresentable que se presenta como la transformación ideológica de la organización que propició el puesto que ocupa. El tránsfuga no es «la casta» a la que hacían referencia los mensajeros de la, creo que mal llamada, nueva política; no, el tránsfuga es «la caspa» que se adhiere al puesto como si fuera el cuero cabelludo. Entonces, ¿por qué tenemos tránsfugas? ¿No bastaría con aplicar aquello que reza en la Constitución Portuguesa: «pierden el mandato de diputados los que se inscriban en un partido distinto de aquel por el que fueron elegidos»? Es decir, ni cambio de partido, ni Grupo Mixto, ni No Adscritos, ni ninguna otra monserga parlamentaria que les permita seguir en el cargo. Si no estás de acuerdo con los que te pusieron, pues te vas a tu casa; y ahí estriba la diferencia entre los que se dedican a la política por convicción y los que lo hacen por interés.

Últimamente los medios de comunicación no cesan de comentar los ejemplos recientes de cambios de partido y mociones de censura en parlamentos y ayuntamientos del territorio nacional. No sé… Como éste es un periódico comarcal, pongo el ejemplo de Grau, donde tránsfugas los hubo, los hay y, tristemente, si no se regula por ley, los habrá; aquí también es fácil ponerles cara.

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