Por Víctor GUILLOT
miGijón y La Voz del Trubia han firmado una alianza que permitirá una mayor difusión de sendas cabeceras. No tardarán en sumarse otras. El periodismo local resiste, se transforma, construye alianzas y continúa haciendo lo mismo de siempre: contar historias, pulsar el pálpito de la vida cotidiana. El periodismo local sigue estando vigente a través de internet, de las redes sociales, de toda esa trama digital que dibuja y desdibuja el retrato diario de lo que somos y seremos pero sobre todo, sigue siendo la referencia para contar la intrahistoria de un barrio, un pueblo, una ciudad.
Pero en todo ese revolcón de noticias que se suceden por Twitter, las webs y demás, La Voz del Trubia continúa imprimiéndose en papel y difundiéndose con carácter mensual. Sigue teniendo ese aura doméstica de viejo periódico del Far West que cuenta la vida de los pueblos, como una gavilla de pequeñas historias familiares, rurales. Lo que en un periódico urbano hoy ocupa una nota minutísima, en el diario rural ocupa una página, casi como un apunte carpetovetónico, entrañable, tierno y costumbrista,
La Voz del Trubia se reparte con el pan. A mí esto de que el periódico se reparta en el furgón del panadero me parece una epifanía. Es la metáfora cumplida, autoreferenciada en la realidad. Porque el periódico sigue siendo, querido y desocupado lector, nuestro pan de cada día. Igual que el aroma recental del pan de tahona nos devuelve al hombre rural, a la infancia perdida, el aroma del periódico virgen, limpio y recién entintado, nos retrotrae a la infancia de kiosko, a la vieja rotativa que hacía circular el papel de prensa en prensa hasta componer un cuadro cubista del tiempo. Hay algo literario y veraz en estos olores, como lo había en la magdalena de Proust, algo evocador y absorbente que logra, además, otorgar un sentido sagrado a la palabra que una noticia en la web o en el tweet nunca han llegado a tener todavía. El periódico impreso es palabra del Señor.
El periodismo local, como este que tienen frente a su pantalla logra articular la columna del filósofo internacional que no sale del foro, como Eduardo Infante, o que convierte Cimavilla en un cosmos tan universal como lo puede ser Madrid, gracias a mi compadre Monchi Álvarez. Ni que decir tiene que el recuerdo es otro mundo literario, subjetivo y periodístico y lo verificamos a través de las columnas de Félix Población. Estos y otros nuevos columnistas locales se suman y suman miradas literarias, novísimas, que conectan el todo con el todo y hacen que Gijón sea una ciudad trepidante. Les devuelven a la ciudad la literatura que sus novelistas le negaron. Porque Gijón es una ciudad literaria, pero casi todos los escritores ocultan su nombre en sus libros. Se nota que no son periodistas.
Tanto el viejo como el nuevo periodismo local siguen dándonos buenos articulistas. Aun recuerdo al viejo José Luis Alvite, capaz de hacer de una columna una historia criminal, ajena a la vida local o tan universal que cabía en aquel pequeño universo llamado Savoy. Lo mismo podemos decir de Bastián Faro, en La Nueva España, aquel viejo columnista de oficio, tan áspero como entrañable, según el día, que escribía cada mañana desde su mesa la columna local de Gijón con vocación de obrero y de tantas bocas que alimentar. Manolo Alcántara hacía también la columna diaria en la edición local de Vocento, como la hace hoy en El Correo el agudo y genial Vasco Manuel Martínez Zarracina. Escribir una columna diaria es un arte pero sobre todo un oficio, un oficio enmascarado de talento, que sigue permitiendo que este invento funcione. Como dijo el maestro, la columna sigue siendo el solo de violín del periodismo, capaz de convertir la actualidad en algo subjetivo, literario, personalísimo y a sus protagonistas en personajes, incluido tú.
Artículo publicado originalmente en MiGijón
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