La barcelonesa Eva Pelegrí gana el certamen de cartas de amor ‘Valentín Andrés’

‘Inocencia y ternura’, una carta de una anciana a su hijo en tiempos de covid, se hace con el premio que otorga la asociación moscona y el Foro de Creaación de la biblioteca con motivo de San Valentín

Eva Pelegrí, la ganadora del certamen

Redacción/Grau

Una carta de una madre a su hijo, ‘Inocencia y ternura’ ha resultado ganadora del XVI Certamen de Cartas de Amor de San Valentín, que convoca la asociación cultural Valentín Andrés y el Foro de Creación y Lectura de la biblioteca de Grau. La autora es Eva Pelegrí Margeli, de Barcelona, que fue elegida por el jurado, reunido el pasado 14 de febrero, en un año que ha destacado por la alta participación, con numerosas obras llegadas desde distintos puntos de España. Eva Pelegrí es escritora de relatos «por afición» y ha ganado numerosos certámenes literarios.

La carta ganadora se reproduce a continuación.

INOCENCIA Y TERNURA
Querido hijo:
No te preocupes porque todos son extremadamente atentos conmigo, sobre todo el enfermero de la noche. Me recuerda a ti cuando eras un chiquillo, por la dulzura con que me habla y me acaricia la mano sin miedo o reparo alguno a que le contagie. El muchacho se me ofreció para lo que precisase y yo accedí a que te escribiera esta carta, porque quería despedirme de ti y no podía, entre tanto tubo y cables conectados desde esta máquina a mi nariz, a mi garganta, a mis piernas y a los lugares más recónditos de mi cuerpo; sí, me intubaron para vaciarme la vejiga, dicen, aunque lo cierto es que casi me vacían el alma.
Pero ya ves, amor, que la justicia no existe a pesar de que yo te hice creer en ella, vacunada con tres dosis y aun así el monstruo me atacó. Quizás lo hice por alimentar tu ingenuidad y pequé de criarte con extremada ternura. No me lo reproches, te lo ruego.
Siempre pensé que las personas que han perdido su capacidad de asombro, su ingenuidad y su dulzura han matado a la criatura que llevaban dentro de su ser más profundo para convertirse en seres mezquinos. No sufras, cariño, porque me duela nada, me administraron calmantes y a menudo estoy sumida en una modorra eterna de vieja ñoña. Le mandé al enfermero que te escribiera
por lo de la herencia, para que no te caiga por sorpresa, porque te crie para que no perdieras jamás tu capacidad de asombro, y sí, lo sé, me estoy repitiendo. Te dejo la librería de la buhardilla llena de tus libros favoritos, menos los de la estantería de más abajo, estos se los fui dando a la chiquilla de esa muchacha que mandaste para limpiarme la casa. Yo me quedaré para mí todos mis sueños, con mi afán de andanzas temerarias que habitan en los corazones de las buenas personas, y vivir tan solo para esos derroteros, o anquilosarme en la atroz soledad que tan mal llevo, por qué negarlo.
Dejo para los nenes una cuenta corriente que les abrí para ingresarles los regalos de sus cumpleaños. El trenecito del baúl y la cocinita que sacaba agua también se lo cedí a Camila: la pequeña se aburría mucho cuando su mamá pasaba la aspiradora y aprendió a prepararme un té de brumas marinas delicioso.
No te apures por mí, no tengo miedo de la muerte. Yo la he sentido muchas veces, pero no aquí, en esta sala de cuidados intensivos, como tampoco cuando se nos incendió la casa y nos tuvieron que rescatar los bomberos, ¿te acuerdas?: nos bajaron por unas escaleras larguísimas y tú no abriste los ojos en todo el rato porque te daba vértigo. En aquel momento, cinco pisos bajo nuestros pies, yo solo temía que te causara algún  trauma recurrente en tus pesadillas. ¿Por dónde iba? Ya, ya recordé: yo he sentido la muerte muchas veces en mis zozobras inexplicables, en los súbitos ataques de pánico nocturnos, en el dolor del vacío y en el temor del silencio espeso que se adentra en el meollo de mi ser, ahora, cuando dejo de escuchar el zumbido de esta máquina. La doctora no se anduvo con zalamerías. Me dijo que era el último cartucho cuando el respirador no es suficiente. Un chorro de sangre oscura discurre por la cánula empotrada en la femoral de mi pierna derecha. Me contó que este cacharro no cura ni trata nada. Solo ayuda a ganar tiempo. Y yo me pregunto ¿para qué diantres vamos a ganar tiempo si no nos damos tiempo para aprender, ni tiempo para reaccionar? Recibí mi tercera dosis mientras que apenas tres de cada cien personas se han vacunado en los países más pobres. ¿A qué esperamos o qué esperamos que pase?
Yo únicamente espero una llamada tuya mientras contemplo el tubo de río rojizo, mucho más claro, que entra en mi arteria femoral. Porque, aparte de conectar a los enfermos con esta máquina tecnológica y prodigiosa, también instalaron un servicio de videollamadas: @acortandoladistancia, la llaman. Fue solo entonces, cuando el enfermero me lo ofreció y tú no respondías a ninguna de mis llamadas, que quise oponer alguna manera de resistencia anímica a la vida. Pero como te dije al principio de esta carta, todos han sido extremadamente atentos conmigo, sobre todo el enfermero de la noche. El joven contactó con Emilia, quien puntualmente me ha ido trayendo los camisones limpios cada mañana. Debo admitir que tu don de gentes y de saber contratar a los mejores es impresionante. Y Emilia accedió encantada a ponerme la carita dulce y tierna de Camila al otro lado de la pantalla. ¿De verdad que estás en una cápsula espacial?, me preguntó con la inocencia propia de la infancia. Yo te necesito aquí en la Tierra, abuelita Carmina. Desde entonces mamá tiene que salir a trabajar muy temprano y a mí no me gusta quedarme sola tanto rato en la habitación. Si regresas, te prometo que te prepararé ese té brumas marinas que tanto te gusta.
Alberto, sabes que te quiero más que a nadie en este mundo y que te deseo todo bien. Por eso cambié la herencia y le dejé la casa y los ahorros de la cuenta corriente a Emilia. A vosotros no os hacen falta y lo último que deseo en este mundo es que pierdas tu capacidad de asombro, tu ingenuidad y tu ternura y acabes matando al niño que llevas dentro para convertirte en un mezquino.
Nunca dejaré de quererte,

Mamá

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