Godos, pueblo pequeño, iglesia grande

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El pueblo alberga un templo de estilo brutalista y es el de mayores dimensiones del concejo

La iglesia de Godos en la actualidad / R.B.

Rafa Balbuena / Trubia

A escasos tres kilómetros de distancia de Trubia y con apenas 80 habitantes censados en 2020, Godos es una de esas pequeñas localidades del extrarradio de Oviedo cuya historia ha estado vinculada a las tres vías principales que la atraviesan: el Río Nalón, el Camino de Santiago y, desde el siglo XX, la carretera N-634. Sin embargo, y a pesar de que a mediados de la década de 1960 el pueblo contaba con el doble de su población actual, una de las peculiaridades de Godos es que alberga una de las nuevas iglesias más llamativas (y más grandes) del concejo. Tanto que su capacidad, para alrededor de unas 600 personas, contrasta con la escasa población del lugar.

Inaugurada en 1966 y enmarcada en el estilo arquitectónico brutalista (es decir, a base de hormigón) el origen y la construcción de la parroquia de San Tirso de Godos es, de mano, acorde a los tiempos en que fue concebida. Para empezar y según relata Julio Cuervo -popular vecino del pueblo y, a la sazón, primer monaguillo de esta iglesia-, el templo nació de una promesa de María Sánchez, acaudalada empresaria farmacéutica natural de Godos, que a finales de los años 50, tras superar una grave enfermedad, quiso donar al pueblo una iglesia en agradecimiento a la sanación que, según ella, se debía a su fe en Dios. Fue una aportación sustanciosa: la obra se encargó a Juan Vallaure Fernández-Peña, uno de los arquitectos estrella de la época. Modernizador y cotizado, del taller de Vallaure salió una larga serie de edificios emblemáticos del Oviedo de los 50 y 60. Suyos son, por ejemplo, el Cine Ayala, el Kopa Club de la calle Palacio Valdés o el vanguardista grupo de viviendas frente a la antigua estación del Vasco. Un arquitecto cotizado… y caro: según indican los historiadores Alvaro Otonín y Daniel Peña, las obras de la iglesia de Godos sufrieron numerosos retrasos en su ejecución y acabado, incluyendo varias modificaciones -al alza- sobre el tamaño y el presupuesto inicial, para desespero de los albaceas de Sánchez, que tardaron casi tres años en ver concluidos los trabajos sin que Vallaure, al parecer, apareciese por el lugar a supervisar las obras con la frecuencia acordada en el contrato. De planta triangular, con muros ligeramente curvados y decorado escuetamente a base del ladrillo y el hormigón visto de sus paredes, el templo ocupa un solar de unos 650 m2. Una superficie considerable para un pueblo mayormente en pendiente, de calles apretadas y lleno de estrechamientos. Eso y su diseño -además del color albero de las paredes- no tardó en propiciar que a la iglesia le cayese el apodo peyorativo de “la plaza de toros”. No era, desde luego, lo típico a implantar en un lugar así. Sin embargo, el edificio sigue un patrón acorde al contexto de la España de entonces, con el desarrollismo industrial del franquismo a toda máquina y la renovación religiosa y estética del Concilio Vaticano II recién estrenada.

qSin embargo, si el exterior de San Tirso es neutro y casi apagado, su interior es luminoso y colorista. Las formas redondeadas del espacio y la techumbre de madera dan sensación de amplitud y recogimiento, y las vidrieras, engastadas en piezas de tonalidad granate, amarilla, roja y blanca, están orientadas al oeste, que al recibir la luz solar al atardecer siembran de color el recinto. No es el único contraste significativo: en un plano más confesional, la iglesia iba a estar inicialmente bajo la advocación a San Antonio, pero el hecho de que fuese construida sobre la antigua parroquia local, a nombre de San Tirso, generó protestas vecinales hasta que el arzobispado zanjó el asunto dejando el templo a nombre del santo original. O quizá no tanto, ya que el nombre oficial de la parroquia, a día de hoy, es el de Santa Maria de Godos. Tres advocaciones para una iglesia que, por otra parte, sólo tiene una misa asignada a la semana (o dos si hay fiesta de guardar).

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