Luis G. Donate
Muy buenas, mis queridos contertulios. Espero que el año haya empezado debidamente y que aún os quede un poco de turrón por el armario. Hará falta para la lectura que hoy nos espera, es un tema de enjundia, pero no por ello queda exento de cierto divertimento, ya sabéis que nuestras tertulias son, ante todo, un placer.
Bien sabe Dios que vuestro seguro servidor no se considera en modo alguno un hombre docto en las lides de la política. Quizá realmente sí lo sea, o no. No me compete a mí decirlo. El caso es que hace poco, probablemente motivado por los esclarecedores efluvios de una copa del Gaitero, me puse a reflexionar sobre tan espinoso y a la vez tan irremediablemente necesario asunto. Llegué a la conclusión, tras mucho pensar, de que el verdadero poder de cambio y la influencia positiva de la política se encuentran en su mínimo exponente: Los alcaldes de barrio.
En muchas ocasiones, viendo noticias sobre la actualidad política, he caído en la cuenta de que son ellos los que en cierto modo “remueven el avispero” en busca de soluciones para los problemas del ciudadano de a pie. Según reza un dicho cuyo origen no recuerdo en este instante “El buen príncipe es el primer siervo de su pueblo”. Si dejamos a parte los lujos y oropeles del pasado principesco veremos que aquello monarcas de antaño que resolvían los problemas con suma paciencia y buen tino, pueden encontrar en ellos a unos dignos herederos de su labor.
Hasta aquí la humilde reflexión de un hombre que tan solo sabe lo que sabe, ni más ni menos y es tan susceptible de equivocarse como cualquiera. Espero que os haya gustado y os sea de utilidad. Atesoradla, pues pocas veces más me oiréis hablar de política. Quedo a vuestro servicio hasta la próxima.
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