Roberto Suárez
A lo largo de su dilatada historia hemos constatado al menos dos tentativas de tomar posesión de la fábrica de Trubia: la primera en el último tercio del siglo XIX a cargo del ingeniero extranjero Zizanconrt que se «antojó de lo que el gobierno español había allí gastado, y quiso nada menos que comprar las minas, los bosques, los terrenos y los talleres que se pretendían cerrar, es decir los de afino y forja y los de aceros, por noventa y nueve años.». Y así lo propuso, aunque la fábrica de Trubia en esos momentos no estaba en las mejores condiciones y ni siquiera disponía del plácet del gobierno. La venta fue rechazada por la Junta Superior de Artillería por lo cual el ingeniero cursó otra instancia en la que pretendía el arrendamiento por cinco años recibiendo la misma respuesta, aunque desde el ministerio se dictó una Real Orden diciendo que se arrendase por dos años. Esto produjo tan mal efecto en el cuerpo de artillería, y las reclamaciones que se hicieron fueron cientos, que esta Real Orden que era de 28 de diciembre de 1878, fue muy pronto revocada.
La segunda tentativa fue la oferta de cesión primero y adquisición después, por parte de una sociedad hispanofrancesa, expuesta al ministerio por su representante, el general de artillería de la Marina barón de la Rocque. Éste había presentado al ministro de la Guerra, general Marcelo de Azcárraga y Palmero (Manila, 1832-Madrid . 1913), una instancia sobre la fábrica de Trubia. De la Rocque exigía «que por el Gobierno español se ha de adquirir en la misma, en el transcurso de seis o siete años, todo el material de guerra que sea necesario para poner el país en estado de defensa, y con la condición igualmente de que las fábricas francesas habían de proporcionar, durante los primeros años, el personal de ingenieros y de obreros que fuese preciso y suministrando el material que hiciera falta para dicho objeto». A raíz del conocimiento de esta propuesta el diputado asturiano Sr. Cerecuelo presentó una discusión del presupuesto de Guerra una enmienda conminando a que se entregase a la in-dustria particular, con grandes ventajas para el Estado, la fabricación de armas de fuego. A juicio de este diputado asturiano «si la fábrica de Trubia pasara a manos de una empresa puramente industrial, adquirirían un desarrollo que el Estado no puede darles. Merced a eso podrían bastar a la defensa nacional en momento determinado, y mientras tanto explotarían los mercados extranjeros, sobre todo los de las repúblicas hispano-americanas,cosa que el Gobierno está inhabilitado para conseguir». El pueblo de Oviedo se oponía frontalmente a que «fuera sustraída a la dirección de los jefes de Artillería una industria que tanto ha prosperado en sus manos”. Así lo hicieron también los principales periódicos de ámbito nacional El Correo Militar, El Imparcial, La Correspondencia Militar, La Época y regionales como La Opinión de Asturias. El Correo Militar del 12 de enero de 1900 publicó en primera página un extenso artículo en defensa de la fábrica de Trubia oponiéndose al arriendo de ésta. Del mismo parecer era La Opinión de Asturias, que lo calificaba de «muy grave» y, en una minuciosa crónica, defendía la honorabilidad de la administración de las fábricas nacionales de armas y su dirección facultativa a carga del cuerpo de Artillería. Por otro lado, se afirmaba que todos cuantos la han visitado «elogian cumplidamente el orden admirable que en ella reina, lo completo de sus instalaciones y lo acabado de sus trabajos, pudiendo sufrir, sin menosprecio comparación con las más célebres del extranjero. Quien ha logrado colocarlas a tan envidiable altura, bien merece la confianza en él depositada, y que no se le disputa la preferencia en la dirección de este establecimiento». Prosigue con otro argumento sobre las «economías que tanto se proclaman a tontas ya locas por muchos [y] tampoco la cuestión ofrece dudas [pues] en las memorias referentes a este centro fabril, está demostrado con datos fehacientes, que los productos de esta fábrica resultan más baratos que los extranjeros similares, a pesar de carecer aquí en gran parte de las primeras materias. Y no puede ser de otro modo, siendo más barata la mano de obra, los medios de producción perfectos y la administración ordenada y honradísima». Concluía que «para sostener la conveniencia de entregar la fábrica a la explotación particular, sería necesario demostrar ven-tajas que son indemostrables o defender lo indefendible, esto es, que mejor está en manos de una Empresa que en las del Estado una industria destinada a proporcionar al mismos los medios indispensables para su defensa y que deben acomodarse en sus trabajos a las nece-sidades de la Patria». «Desde luego [afirmaba El Correo Militar de 12 de enero de 1900] nos oponemos con todas nuestras fuerzas a la pretensión del general» por las consideraciones que pasaban a exponer. Son tantas y de tanto peso a favor de la continuación del actual es-tado de cosas militan, que ni un solo momento dudamos del triste resultado que guarda a la pretensión del general la Rocque. “Comprendemos perfectamente que si la fábrica de Trubia no hubiera respondido en ninguna época de su historia a lo que de ella se esperaba; si se hu-biera enterrado en ella considerable número de millones sin que la producción obtenida hu-biera estado en armonía con lo gastado; si su dirección fuera deficientísima y su administra-ción una serie no interrumpida de chanchullos; si se viera que sus directores no se preocupaban de poner al ministerio de la Guerra la introducción cuantos adelantos en las ciencias metalúr-gicas, y en la puramente artillera, son compatibles con los recursos que el Estado la concede; si se notara, por último, que estos mismos directores no consagraban a la educación técnica y el bienestar material de sus operarios aquella diligente atención con que deben mirar este interesantísimo punto de sus obligaciones, comprendemos repetimos que si todas estas deficiencias se hubieran observado, podría tener alguna justificación la solicitud del general de la Rocque, porque ante todo y sobre todo debe ponerse el bien del Estado, aunque sufra la conveniencia de una Corporación. Más por fortuna no es así”.
Desde El Correo Militar creían haber demostrado que, bajo ningún concepto, convenía a España el llegar de la fábrica de Trubia. En consecuencia, dado que Trubia no presentaba de-ficiencias en el orden técnico que abonaran su arriendo, veamos si consideraciones de orden económico lo justificarían. No hay más que repasar las Memorias de inversión de fondos que todos los años económicos presentan los establecimientos de Artillería, para adquirir la con-vicción de que los productos de Trubia competían en baratura con los de cualquier otra fábrica de la industria similar extranjera, ya oficial ya privado. La razón es obvia: esas grandes fábricas privadas, si bien organizadas de manera que podrían adquirir sus primeras materias y maquinaria en condiciones más ventajosas que los establecimientos oficiales, tenían, en cambio, que pagar crecientes sueldos no sólo técnicos y sino también aquellos otros que po-dríamos llamar «de representación», como son los agentes e interlocutores ante los ministros de la Guerra. Si ni consideraciones de orden técnico ni económico aconsejaban el llegar, tampoco lo recomendaría el ejemplo de las potencias de Europa, ni de Estados Unidos. Todas contaban con establecimientos del Estado para la fabricación de artillería. Por último, La Época apuntaba que «si lo que tenemos en España bien organizado lo desorganizamos por el afán de innovaciones de éxito dudoso poco adelantaremos nunca».
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