Sonrisas y lágrimas

Manuel G. Linares

Cuando se inicia el verano, la estación de los días cálidos y luminosos, en los pueblos, todo son sonrisas y alegría, porque llegan los hijos con los nietos a pasar con sus padres y abuelos las vacaciones, lo que hace que los hogares recobren vida, que se aparque la soledad. Hace años llegaba a mi pueblo un autocar que, semanalmente, hacía viajes desde Madrid y traía a los “veraneantes” que se pasaban aquí tres meses, colaborando a la recolección y celebrando con la fiesta. Los nietos de entonces llegan ahora con sus hijos para ver a los abuelos… pero solo por quince días o un mes, los más afortunados. Al fin y al cabo, en los pequeños núcleos, los veraneantes siguen siendo, en su mayoría, los oriundos del lugar y algún que otro amigo.
Ya nos encontramos en el umbral del otoño, ahora llega el momento de las lágrimas, pasadas las fiestas patronales, los pueblos vuelven a la realidad de su soledad; el verano toca a su fin, se acortan los días y, cuando miramos la cuenta de resultados, todo ha mermado. Recuerdo a mi madre cuando decía, ¡qué pena, ya se acerca el invierno, llega el frío y con él, nuevamente la soledad! Y esto lo decía hace años, cuando aún había gente en los pueblos.
Este año, a pesar de que Asturias sigue con la oferta de lluvia y fresco, esas temperaturas de casi cuarenta grados (por el cambio climático) ya se habían padecido en los años cuarenta y cinco pero no por ello dejamos de sorprendernos. Nuestra frágil memoria nos juega la mala pasada de no recordar cómo había sido el año pasado, más calor o menos calor, más lluvia o menos lluvia. Pero lo que sí no cambia es lo festivo; nuestras ansias de fiesta han crecido de forma descomunal por la competencia entre lugares, no porque la fiesta sea mas o menos lucida (queremos que sea una fiesta de masas superior a la del pueblo del al lado) Así, pequeños pueblos abandonados durante todo el año vuelven a cobrar vida durante las fiestas de verano. Hace unos días leía en un diario que el fin de semana se celebraban en Asturias mil quinientas fiestas. Todo es alegría, por todos los valles resuena nuevamente el tambor y la gaita.
Ha llegado el momento de las lágrimas. El silencio y la soledad regresan al pueblo y así hasta la fiesta de Todos los Santos, aunque por el medio celebraremos el “halloween”, porque a medida que vamos abandonando nuestras tradiciones incorporamos las de otras culturas que dinamizan nuestra sociedad de consumo y con ello vamos disfrazando nuestros problemas…

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