Madreñas con espuelas

Luis G. Donate

Bienvenidos un mes más, vaqueros, a nuestra cantina. Bajad del caballo y servíos un
trago al amparo de este sol inclemente que nos azota. Pasa poca gente por este desierto
últimamente. Tiempos extraños los que nos toca vivir. Amigos que se pierden en las
arenas. Celebremos la vida los que podemos. Acomodaos y escuchadme, esta historia os
gustará.

Hubo una vez un cinéfilo muy particular. Aquel de quien aprendí que ninguna película es
lo bastante pobre si entretiene y que los buenos pistoleros siempre visten de negro. Con
él combatí a los indios, a caciques tiranos, a especuladores de tierras e incluso a las
fieras del circo romano. Juntos contemplamos el tesoro de Montecristo y nos batimos en
duelo en una era de Burgos. Admirábamos a Doc Holliday por su temple con el revólver y
la baraja, en cambio, nunca toleramos a Ringo. Ike Clanton siempre fue el rey de los
cobardes y en el Django de Tarantino, el doctor Schultz fue un ejemplo de lealtad. Por
barata que fuese la producción, todas esas historias siempre acababan con el pistolero
caminando hacia la puesta de sol. Ahora, ese cinéfilo recorre el mismo camino que sus
héroes. La cabeza cubierta por un sombrero, un Colt cruzado en la cadera izquierda como
Lee Van Cleef y un par de espuelas de plata en las madreñas. Suerte en tus lances, que
tu tambor nunca esté vacío y tu caballo nunca pierda las herraduras. La próxima película
la veremos dentro de unas cuantas décadas. Hasta entonces, buen viaje.

Espero que hayáis disfrutado de esta historia, forasteros. Como casi siempre últimamente,
es mitad narración, mitad homenaje. Este vuestro servidor se está convirtiendo en un
sentimental. ¿Qué sería de nosotros sin el sentimiento? Esa es una pregunta para otro artículo, quizá. De momento, espero que hayáis disfrutado y quedo a vuestro servicio.
Hasta la próxima.

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