«Menuda chapuza»

Por Juan Carlos Avilés
[Paca y yo]

A mí me reencarnaron mal, como a Gila le fusilaron mal. Se supone, o eso dicen los expertos, que cuando te reencarnas en otro ser vivo después de palmarla lo haces en una criatura superior, para compensar el desaire, pero en mi caso no ha sido así. Yo, ignoro por qué razón, me reencarné en una vaca, eso sí, frisona, que somos más decorativas. Quizá porque los encargados de insuflarme el aliento estaban en la hora del bocadillo y se les fue el santo al cielo. O por algún desajuste con mi vida anterior, porque a pesar de dar en vaca tengo entendimiento y otras cualidades propias de la raza humana, lo que me hace pensar que antes de oronda cornúpeta fui una paisana con todos sus atributos. Solo que lo de la función pensante no es de continuo, sino a ratos. El resto soy una vaca normalita, como mis compañeras de prao. A eso los psicólogos argentinos lo llaman reminiscencias, o sea, recuerdos de una vida anterior. Pero no vienen a voluntad, sino cuando les da por la gana, lo que es de agradecer porque de lo contrario se me iría la pinza, o sea, sería una vaca loca. Así que, dentro de la chapuza que supuso mi transmigración, puedo ir tirando.
Lo que sí me diferencia del resto de mis colegas, aún estando en modo vaca –será una reminiscencia de la reminiscencia– son las cuestiones de higiene. No soporto tener el culo manchado con los restos de mis boñigas ni tumbarme sobre el cuchu, por más calorcito que aporte, así que tengo el rabo siempre escocido de tanto frotarme el trasero y la panza helada de dormir sobre la hierba, salvo que esté estabulada y con un lecho de paja debajo. La limpieza es fundamental si no quieres que las moscas te amarguen la vida.
Luego está lo de comunicarse. A ver, cuando estoy lúcida entender entiendo, si se me habla en español o en asturiano y –aún no sé muy bien por qué– hasta un poco en francés. Pero lo que es hablar no puedo articular palabra. Se me pone la lengua gorda, por otro lado muy propio de una vaca, y no hay forma de salir del consabido y elemental mugido. En fin, un lío, pero es lo que hay y no me queda otra.
Ah, se me olvidaba deciros que tengo una especie de amiguete que viene a verme a menudo y que me cuenta sus cosas sin pensar remotamente que cuando tengo el día consciente entiendo todo lo que me dice, aunque no lo que me quiere decir. Y me temo que, a veces, él tampoco. Pero esa es otra historia.
(Continuará)

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