
[La Mosconera]
Cuentan las crónicas de la época que, antes de partir a la conquista de Asia, Alejandro Magno pidió conocer a un sabio, llamado Diógenes, que vivía en un tonel rodeado de una jauría de perros. Cuando pudo entablar conversación con el anciano, el joven Alejandro quedó muy impactado por las condiciones en las que vivía y le preguntó si podía hacer algo por él. Al parecer el filósofo no contestó de muy buenas maneras al que ya era hegemón de la antigua Grecia: «Sí, apártate, que me tapas el Sol».
Sería difícil extrapolar ese conocido pasaje de la historia a nuestros días, de manera que cuesta imaginar una comitiva real interesándose por algún indigente que, a falta de tonel, duerma en la calle tapado con unos cartones. Sin embargo, el mismo Sol con el que se calentaba Diógenes sigue estando ahí, ofreciendo sus rayos a los planetas que fielmente orbitan a su alrededor, mientras en el que nos toca habitar hay unos que, bien por generoso instinto protector, bien por egoísta afán acaparador, siguen perseverando en tapárselo a otros.
Y es en esta segunda opción voraz e interesada, en la que las grandes empresas tratan de utilizar el calor que nos brinda el astro rey para obtener cuantos más beneficios les sean posibles, intentando acaparar la producción de energía solar en vastas plantas fotovoltaicas ubicadas básicamente donde les dé la gana. Con tal de minimizar gastos les da igual joder todo tipo de entornos, de paisajes, de idiosincrasias colectivas.
Somos muchos los que pensamos que, estando a favor de las energías alternativas, no nos gusta ese macromodelo grotesco e invasor, y que la producción debe generarse en pequeñas dosis que vayan sumando de forma sostenible, utilizando tejados y zonas industriales que sirvan de soporte a las placas solares.
Al igual que sucede con el viento, la alternativa a los gigantescos parques eólicos son las pequeñas comunidades energéticas, mucho más respetuosas con los arraigos y acervos culturales, mucho más respetuosas, en definitiva, con las personas que tratan de habitar en paz con el entorno que les rodea.
Es por eso que deberíamos de congratularnos que en Grau/Grao/Grado se haya constituido la primera comunidad energética, en este caso solar, que, no sin muchas horas de trabajo personal, no sin muchas trabas administrativas, pueda llegar a producir y almacenar electricidad mediante la instalación de placas en el tejado de una nave del Polígono de la Cardosa.
Solo me cabe felicitar al colectivo promotor, desearles una larga andadura y que su ejemplo cale en el entramado social de los moscones y mosconas con inquietudes renovadas, además de renovables, sin tapar con ello, como hiciera Alejandro con Diógenes, como ahora tratan de hacer las poderosas empresas y sus adláteres esbirros, el Sol a otros.
Deja un comentario