En momentos de reposo, -situación en la que me encuentro- me resulta reconfortante volver mi mirada al pasado de los recuerdos y vivencias. Creo que el haber nacido en un pueblo es toda una suerte, porque los pueblos, que ahora están vacíos y en decadencia, en los momentos de mi infancia, tenían vida propia, no solamente podías contar con los servicios de asistencia, escolar y sanitario, sino que eran como una gran familia, todos los vecinos se conocían y se ayudaban. Como era época de posguerra, se dejaban a un lado viejas rencillas personales, al fin y al cabo eran unos pocos los que se habían alistado a los batallones por ideología o convencimiento; la mayoría habían sido reclutados y militaron a la derecha o a la izquierda en función del signo dominante, teniendo en frente su hermano o a su padre, por ello, para salir adelante, trabajaban todos, codo con codo, olvidando la tragedia y tratando de salir de la miseria. Los niños acudíamos a las tiendas mixtas en busca de los recados, desde un clavo para la bisagra hasta llenar la botella de Sansón (un litro) con aceite a granel… por supuesto, el tendero lo apuntaba en un libro de diario, con un pequeño lápiz que mojaba en la lengua y que llevaba en la oreja, lo demás lo recogíamos según se correspondía con el cupón de la cartilla de racionamiento.La cuenta se liquidaba a finales de mes, cuando se efectuaba la venta de otros productos, en el mercado o la feria. A pesar de la miseria, unos compartían los productos con otros y así se iba mitigando la penuria y pese a la precaria situación, no era extraño que llegasen a los pueblos personas procedentes de la ciudad, buscando algún pariente o amigo, porque en los pueblos se podía comer ya que se cosechaban productos que el asfalto no daba, y para que algo llegase a la ciudad había que pasar por los fielatos, entre municipios. Estas cosechas eran de patatas, nabos, berzas y remolachas, que con un poco de tocino (con frecuencia cambiado por jamones) se hacía un sabroso potaje, y esto se complementaba con con las castañas y el maíz, frente a la carencia de pan, los montes se labraban y se plantaba el trigo que en el verano se segaba y se mayaba. A pesar de la situación, las gentes reían y cantaban y los niños, con su ropa remendada, jugaban con las carretas, los aros, peonzas y otros muchos jueguetes hechos por ellos mismos o por algún artesano.Los pueblos y las comarcas tenían vida porque tenían población. Ahora vemos grandes caseríos abandonados que poco a poco van siendo invadidos por los escayos hasta desaparecer bajo esta espesura, porque las casas y los palacios, al igual que los hórreos, paneras e ingenios, se mueren de tristeza cuando sus dueños se mueren o abandonan. El mundo ha vuelto la espalda a la naturaleza, abandonando las grandes despensas naturales que eran los pueblos y esto tiene difícil solución. Hemos abandonado el esfuerzo por el “mantenimiento”. ¿Nos llegará el maná para cruzar este nuevo desierto?
El diputado Luis Venta, critica la nueva plataforma digital de gestión de daños y acusa…
La PAC 2025 establece el mayor importe por hectárea ecológica en Asturias, una oportunidad que…
La PAC 2025 establece el mayor importe por hectárea ecológica en Asturias, una oportunidad que…
También se acometen obras en el firme de la Senda del Oso, por lo que…
El concejal de Cultura, Vicente Herranz, inauguró la jornada, que incluyó un taller de joyería…
Las mejores terneras y novillas, vacas jóvenes, intermedias y adultas, han demostrado la gran calidad…