Nicolás Albuerne, el dominico de Villamejín que amaba la ciencia

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Por Praxi GARCÍA

El Padre Nicolás Albuerne Álvarez, nace en Villamejín, el 8 de marzo de 1894. Profesó la orden dominica el 17 de agosto de 1912. Se ordena sacerdote el 4 de enero de 1920, tras realizar los estudios de Filosofía y Teología. Licenciado en Teología, en la Facultad de San Esteban (Salamanca) y licenciado en Ciencias Químicas, por la Universidad de Oviedo. Su vida, ha estado dedicada a la enseñanza, en diferentes colegios, destacando sus largas permanencias en los de San Juan Bautista de Corias y Santo Domingo de Oviedo, donde han sido muchos, los jóvenes asturianos, que han recibido su magisterio.

NICOLÁS ALBUERNEEn este país es raro que reconozcan los méritos de alguien y mucho más, que se haga en vida. Así que el 20 de mayo de 1989, después de limadas ciertas razones, parece ser que de carácter político, el CEIP de Proaza, oficialmente, pasa a llamarse CEIP- Padre Nicolás Albuerne. Al Padre Nicolás, seguramente le daría lo mismo este derroche de palabrería o que le pongan su nombre a una escuela. Que su vida y su imagen anden por ahí  y  estas «vanas pompas», en sus buenos tiempos, casi seguro que nos hubieran supuesto, una reprimenda bien curiosa.

Por entonces vivía retirado en su pueblo natal, con su familia, diciendo misas, algunas  veces en latín, en la capilla de San Antonio o en la de la Virgen de la Peña de Francia, en Entrelamuria. Y dando largos paseos.

De carácter reservado, pero afable y gran conversador. Socarrón a veces, pero muy respetuoso con las opiniones de los demás. Falleció el 7 de Noviembre de 1989, a la edad de 95 años, después de más de 77 de vida religiosa y más de 50 años de docencia.

Somos muchos, los que lo recordamos. Siempre con su hábito blanco y negro, que no se quitaba, ni para realizar tareas del campo o sacar patatas, delante de casa de mis güelos, en el huerto del Portalín. A veces, con la boina negra de fieltro, igual que un paisano más.

Toda una vida dedicada al estudio y a la enseñanza, con muchas anécdotas y curiosidades. Me vienen a la memoria algunas, que me contaba mi güela Carmina.

Ya de joven, tenía una gran afición por la naturaleza y los animales. Recogía las culebras, sacaberas o escolancios que encontraba y los traía vivos a casa para observarlos. Es de imaginar el desasosiego y la preocupación, que la familia del joven Nicolás podía tener, con todos esos bichos tan cerca. En alguna ocasión, llegó a atar una culebra a un carro que tenían en el corral, para que no se le escapase. Y otra vez, trajo un lobo.

Sus padres le inculcaron las virtudes y valores cristianos. La orden dominica, completó su vocación humana y religiosa (recordemos que en Villamejín, nacieron otros frailes dominicos: Beato fray Vicente Álvarez Cienfuegos, fray José Álvarez Cienfuegos, ambos hermanos  y fray Antonio Fernández). Su inquietud por la investigación, la naturaleza y las ciencias, probablemente fueran innatos.

El número 10 de la revista “El Ñagarru Digital” de Diciembre de 2013, editada por la Fundación Educativa Santo Domingo, recoge una amplia semblanza del Padre Nicolás:

“Fraile humilde y austero, que amaba profundamente la Orden, a la que entregó su vida ejemplar, al igual que al estudio científico, que supuso para él, un equilibrio encomiable, entre lo ascético y el  esfuerzo intelectual.

Las Ciencias de la Naturaleza, fueron para él, su pasión y su estímulo, sin que dejara de lado sus deberes como religioso. Hasta el punto, que siempre enseñó con el hábito puesto y el rosario colgado de la cintura.

Fue laborioso y riguroso como científico, pero sin que ello supusiera una merma en su fe. Su explicación de los hechos religioso y científico, era una visión integradora de ambos, en la grandeza de la Creación. En esto, fue fiel discípulo de San Alberto Magno, a quien el P. Nicolás, dedicó un ensayo, presentándolo como viajero incansable por Europa, curioseando sus bosques, su flora y su fauna, observando el comportamiento animal, recogiendo fósiles, minerales, pasando las noches ordenando apuntes y comprobando reacciones químicas, en el laboratorio, sin darse cuenta, que era el fiel reflejo, de su propia vida”.

El pasado mes de noviembre de 2015, en el Colegio Santo Domingo de Guzmán, en Oviedo, se celebraron unas Jornadas de la Ciencia: «800 años en busca de la verdad: Una mirada a la Ciencia, desde una perspectiva dominicana».

En la documentación de la presentación, figura el nombre del P. Nicolás, al lado de insignes dominicos, como: San Alberto Magno, fray Bartolomé de las Casas o Fra Angélico.

Entre otros actos: “Los alumnos de 1º de bachillerato, realizaron una exposición de la colección de minerales, rocas, fósiles, conchas, animales disecados, perteneciente a nuestro laboratorio de Ciencias Naturales, aportación a la ciencia, de fra. Nicolás Albuerne  OP, antiguo profesor de Ciencias Naturales en nuestro colegio».

En la serie de artículos,  “Semblanzas” de Ignacio Gracia Noriega, publicados en  La Nueva España, el 20 marzo 1988, escribe, “El P. Nicolás Albuerne y la enseñanza”:

“…Se dedicaba a sus cosas, que eran la física y la química, y la biología, y de dar clases a alumnos, en ocasiones cerriles, y de sacarlos de vez en cuando al campo, para que vieran, sobre el terreno, lo que había explicado anteriormente en el aula. De este modo, aunaba la enseñanza teórica con la práctica.
El P. Nicolás ya era viejo cuando yo estudiaba en los dominicos. Era grueso y calvo, con el pelo que le sobraba cano. La chavalería le llamaba el «Chochu», porque era más bien despistado, y tenía un sentido del humor socarrón y aldeano. En el fondo, era el paisano de Proaza que se había metido a fraile, pero que seguía teniendo el alma de campesino, y le gustaba observar cómo cambiaban las estaciones todos los años, y cómo el campo florecía por primavera, cuando se retiraban las nieves.
Gozaba de fama generalizada de sabio, y lo era, y tenía un gran prestigio tanto entre sus compañeros de hábito como entre los propios alumnos. De hecho, los dos curas más sabios de los dominicos de Oviedo eran el P. Muriel y el P. Nicolás. El P. Muriel era filósofo y se dormía en clase, mientras que el P. Nicolás era científico, y a veces se quedaba mirando cómo lucía el sol sobre los tejados y sobre los prados verdes, y en un camino en forma de ese, que había a las espaldas del colegio.
Caminaba con pasos muy cortos, como si le pesaran las piernas: pero en el campo se comportaba como si en su juventud hubiera sido un buen andarín.
A veces, hacia la disección de un ratón de campo, para que viésemos su anatomía y luego limpiaba su navaja en la hierba o en el hábito.
Explicaba en las aulas con mucho detalle las leyes de Mendel, que había establecido un eclesiástico sabio, como él, y no recuerdo haberle escuchado nunca, ninguna crítica contra Darwin. A veces, se reía con una sonrisa irónica…”

Y así un curso y otro y otro. Hasta sus 80 años de edad.

Dicen también, que “Las clases del P. Nicolás, eran un desmadre de erudición científica, mezclada con socarronas comparaciones, de alumnos y animales”.

Para la posteridad queda su obra maestra, que son los millares de alumnos, que lo recordarán siempre con gratitud.

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