Publicado el: 19 Oct 2022

«Hemos logrado recuperar cuatro vías de alzada a Torrestío»

[Entrevista a María Teresa Rodríguez, presidenta de la Asociación Rutas Vaqueros de Alzada]

“Sería necesario que se sumaran todos los concejos que tuvieron vaqueros trashumantes, como Salas, Candamo o Grado”

Vaqueros de Alzada

María Teresa Rodríguez Suárez

Esther Martínez/ Las Regueras

María Teresa Rodríguez Suárez, presidenta de la Asociación Rutas Vaqueros de Alzada (RUVAT), es la ideóloga e la Ruta Vaqueros de Alzada de Las Regueras a Torrestío, que desde 2014 se organiza para rememorar la costumbre de “alzar” cada primavera. Nació en La Braña (Biedes, Las Regueras) y durante años vivió en Washington y Londres. En su casa vivió el traslado estacional, con animales y enseres, desde la morada de invierno (La Braña) a la de verano (Torrestío). En 2014, tras una reunión con Basilio Barriada, alcalde de San Emiliano (Babia, León) y con Maribel Méndez, alcaldesa de Las Regueras, nació la I Ruta de los Vaqueros de Alzada de Las Regueras a Torrestío.

-¿Por qué era necesario organizar esta ruta?

-Intentábamos atraer a aquellos vaqueros mayores que en su día hicieron las rutas a pie. Además de ser nuestros guías podrían contarnos su vida en Torrestío, sus preocupaciones y alegrías durante sus alzadas y el sentimiento transmitido a sus hijos. Además de recoger datos etnográficos e históricos, me movía un deseo de compensar algunos rechazos sociales sufridos, haciéndoles sentirse protagonistas orgullosos de su historia. Hice mesas redondas temáticas, en Teverga y en Quirós, cenas y actividades culturales que permitían los intercambios. Se han recuperado cuatro vías, imposible sin la ayuda de los vaqueros.

-¿Cómo surge la asociación?

-En la primera ruta esperábamos reunir cincuenta participantes y pasaron de los cien. Surgió la asociación para dar continuidad al proyecto. El apoyo de los alcaldes de Las Regueras y San Emiliano fue esencial. De hecho, tanto Maribel como Basilio son miembros fundadores de RUVAT.

-Han logrado implicar a diez ayuntamientos, ¿aún sería necesario incorporar a más instituciones públicas o privadas?

-Evidentemente. Deberían estar todos los municipios en los que hubo vaqueros de alzada a Torrestío, como Siero, Gijón, Grado, Salas y Candamo. Sería importantes hacer un convenio con el resto de los concejos de vaqueiros de Asturias y sus asociaciones, nos une una historia común, una forma de vida muy similar; la alzada, como el paisaje o la sidra, son recursos inherentes y únicos de nuestra región. Sería importante organizar un congreso internacional sobre trashumancia, donde se den a conocer las diferentes rutas de alzada de la región y su potencial económico, no sólo en cuanto a ganadería extensiva, sino también su recurso paisajístico, cultural y de turismo activo. En ese contexto podríamos intercambiar ideas con otros pueblos y otras culturas trashumantes. El Principado de Asturias, la Universidad, los ayuntamientos y las asociaciones deberían impulsar un proyecto común, que investigue nuestras raíces y proponga vías futuras

-Sigue investigando la rama familiar y vecinal.

-Sí, siempre que tengo oportunidad y tiempo. Es como un hobby. En Torrestío ha habido mucha endogamia. Pero aquí se presenta una dificultad para investigar; las familias pasaban el invierno en concejos diferentes del centro de Asturias, por lo que los nacimientos, matrimonios o defunciones hay que buscarlos en archivos de diferentes concejos, hay hijos que nacen Asturias y otros en Torrestío…

-¿Cómo recuerda la ida y el regreso a Torrestío de su infancia y juventud?

-De mi infancia recuerdo la marcha al puerto con tristeza. Se iban mis padres, acompañados a veces de un pastor o “criado”, el ganado y nuestra querida mastina, Navarra, que era necesaria para dormir con las vacas y defenderlas de los lobos. La protegíamos con un sólido collar con púas de hierro. Mis dos hermanas y yo nos quedábamos con pena con los abuelos y la tía Tata. Pienso que quedarían preocupados, por los contratiempos que podrían suceder en ese viaje de dos días andando. En los años 60 iba el ganado en un camión. No había ni teléfono ni medio de saber de los trashumantes, hasta que llegaba una carta o venía alguien de Torrestío. De mayores también íbamos por temporadas. El regreso era una fiesta. Genaro La Braña, mi abuelo, con su sexto sentido adivinaba el día de llegada. Como los martes no se podría viajar, por la superstición y los viernes tampoco era buen día. Solía ser domingo. “Van llegar pronto, hoy tienen buen tiempo». Con la mano haciendo visera sobre los ojos, trataba de anticipar mensajes, y decía: «ya ta la cencerra na Venta l’Escamplero». Y aseguro que se oía. Poco más tarde llegaba la Navarra, la abrazábamos y «afalagabámosla” y le dábamos de comer. Poco después llegaba Josefa mi madre, en una yegua cargada de enseres, ropas, comida y hasta gallinas. Ya, «entre ver y nun ver», como se denominaba la penumbra, llegaba la vaca de la cencerra y el resto de la recua. Tras ella Juaco, mi padre, con otra yegua y el chaval que le ayudaba. El abuelo pasaba revista y decía con una sonrisa: «¡Carajo, les novielles tan gordes esti año!

-¿En sus años fuera de España sintió más la necesidad de conectar con sus raíces?

-El tema de los vaqueros era “una asignatura pendiente”. Mi trabajo intensivo y apasionante requería toda mi atención. El haber vivido en una casa de vaqueros, con padres, abuelos y una tía soltera fue el origen de mi interés.

-Seguramente fue la primera reguerana con una licenciatura y que pasó un año en Inglaterra antes de la Universidad.

-No sé si soy la primera reguerana licenciada, pero fui la primera que, gracias a un padre que en los años 60 tuvo una visión educativa medio siglo avanzada, me mandó a Inglaterra a aprender inglés. Al regreso, tras año y medio en Londres y un curso en Francia, opté por estudiar filología anglogermánica.

-¿Cómo fue aquel viaje y aquella experiencia?

-Lo habitual era emigrar a Bélgica o Suiza, pero estudiar fuera era algo raro. Estuve tres meses en un colegio de las Adoratrices en Londres, pero vi que se hablaba mucho español, y conseguí un puesto de aupair en la familia de un lord, Sir Potter, de la Cámara de los Lores.Vivían al lado de Hyde Park y con ellos aprendí un inglés con acento victoriano y que Franco era un “usurpator”. El choque cultural fue brutal: las parejas se besaban en la calle, la gente no se hablaba si no era presentada, las minifaldas eran impresionantes, la gente cogía el periódico de la calle y allí dejaba los peniques. La experiencia del internado en las Dominicas de Oviedo, con su rígida educación y la confianza que me trasmitían las cartas de mi familia, me ayudaron a llevar el choque del principio. Después vino la curiosidad por comprender esa cultura anglosajona, que me ayudó a entender el sentido de la democracia, el respeto al diferente y a sentirme ciudadana del mundo. Esa primera vivencia en Inglaterra, ha sido determinante en mi vida y en mi profesión.

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