La destrucción de nuestra memoria industrial

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Por Toño HUERTA

Geógrafo, experto en patrimonio industrial

Una vez más nos despertamos con una noticia que borra parte de la memoria industrial de Trubia. Se trata de la demolición, por parte de Santa Bárbara Sistemas, de la antigua subcentral eléctrica de la Fábrica de Armas. Un edificio de principios del siglo XX que es parte fundamental de la historia de la factoría y su desarrollo, pero ¿a quién le importa eso? Asistimos a la destrucción agónica de la memoria de un pueblo.

De nuevo la excusa de la seguridad parece resolverlo todo. Según recoge La Voz del Trubia “fuentes de la empresa señalaron que se va a demoler un edificio que está en ruinas para evitar accidentes y por motivos de seguridad. Asimismo aseguran que disponen de todos los informes favorables, incluyendo de Patrimonio y que estos restos carecen de protección alguna ya que, en la actualidad, tan solo están protegidos el edificio central y el taller de artillería.” En primer lugar, bien por omisión o simplemente por interés, olvidan que además del taller de artillería y las oficinas, también están protegidos en el recinto de la fábrica y dentro del Catálogo Urbanístico de Protección del Ayuntamiento de Oviedo, la Casa del Director, el Casino de Ingenieros y las viviendas situadas por encima de la capilla de la Fábrica; edificios que están en ruina o cerca de la misma y, sin embargo, a pesar de estar protegidos (o quizás por ello), no se restauran ni conservan. Además, por Resolución de la Consejería de Cultura, desde enero de 2016 está incoado el expediente por parte de la Dirección General de Patrimonio Cultural para incluir la Fábrica de Armas de Trubia en el Inventario del Patrimonio Cultural de Asturias; por este motivo, cualquier intervención en un edificio histórico de la fábrica debe contar con un informe de la Dirección General de Patrimonio y, a día de hoy y tras consultarles, no tienen constancia de esta demolición, por lo que se le ha solicitado que investiguen y actúen de oficio en lo que corresponda. ¿Seguridad? Si ese fuera el motivo hace tiempo que ya habrían actuado sobre esos edificios que, cada vez que pasamos por la carretera vemos como se deterioran día a día, sin que ni empresa ni administración se sonrojen. Pero la piqueta demoledora siempre es más fácil –por cierto, ¿cuál es el coste de la demolición y cuál sería el coste de la restauración?–. Uno que es mal pensando puede sospechar que la omisión de que esos edificios estén protegidos sea parte de un plan futuro de derribo. En cualquier caso, la ruina no es solamente arquitectónica, también intelectual.

Pero la falta de interés por conservar nuestro patrimonio no es solamente inherente a una empresa que no tiene ninguna vinculación, ni histórica ni social, con Trubia, solamente con su cuenta de resultados. Hay un propietario, el Ministerio de Defensa, que simplemente hace la vista gorda. Pero más cercana es la Consejería de Cultura. Desde el año 2014 tiene un documento solicitando la protección de numerosos edificios; la propia ley dice que toda documentación de más de 100 años está protegida, lo mismo que la maquinaria, las viviendas y los equipamientos sociales anteriores a 1940 y, sin embargo, vemos como el patrimonio trubieco va desapareciendo, arruinándose o demoliéndose ante la pasividad de esa administración que es incapaz de aplicar una ley ni actuar de oficio. Como se ha dicho, la empresa tiene la obligatoriedad de contar con un informe de dicho organismo, a quien no le consta; esperemos que actúen pronto, aunque será ya con las ruinas sobre muchas conciencias.

Subcentral eléctrica de la Fábrica hacia 1920 (Revista Asturias). Esta central contaba con calderas Babcock-Wilcox de alimentación continua y parrilla giratoria, que suministraba el vapor a unas máquinas tipo Bellis-Morcoms acopladas a dinamos. Quién sabe qué habrá sido o será de estas máquinas.

También, y no por ello menos responsable, está el Ayuntamiento de Oviedo como administración más cercada. Hace ya mucho que oímos discursos de museos, itinerarios, incluso hay un grupo de trabajo sobre patrimonio industrial del que formo parte y, que sin embargo, vemos con total impotencia como los días pasan sin que se pueda hacer nada; hace que uno se planteé continuar, la verdad. Palabras repetidas una y mil veces, pero vacías de contenidos y, entre tanto, las ruinas como parte de nuestro paisaje, tanto físicas como morales.

Pero el peligro más palpable al que nuestro patrimonio se enfrenta es la apatía de la sociedad. Un pueblo que pierde su memoria, al que le da igual que se destruya. Si nosotros como sociedad somos incapaces de conocer, valorar y proteger nuestro patrimonio, que al final es nuestra memoria, nuestra alma como pueblo, ¿qué vamos a esperar de empresas o administraciones para los tan sólo somos números o expedientes? La piqueta de la ignorancia actúa una vez más, quizás nunca dejó de hacerlo ni lo hará. Cuando la hipocresía se disfraza de seguridad y nadie levanta la voz, todos somos cómplices de una amnesia colectiva que hace que sí, “seamos de Trubia de toda la vida”, pero nadie se preocupe por conocer su historia ni conservar su memoria.

 

 

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