Por José María RUILÓPEZ , escritor
Hace años, las noches estivales en los pueblos que se asientan en los Valles del Trubia eran calurosas, y cuando lucía la luna, la falda de la Peña Sobia se teñía de palidez y se veían pasar los primeros satélites artificiales que destacaban entre las estrellas por su lento, pero inexorable, movimiento de traslación. Los poyos de piedra adosados a las casas eran el lugar de tertulia vespertina y la gente reía sumida en la dificultad, sobrevivía ante el infortunio de la época, esperaba una libertad lejana y escurridiza y las puertas no se cerraban con llave tras la cena.
Con los años, la modernidad, el progreso y también las crisis han convertido a los pueblos de los Valles del Trubia en atractivo para saqueadores nocturnos de propiedades ajenas y negocios honrados. Las noches ahora son como un escurridizo zumbido de nogales en movimiento sospechoso. Del río emana el zumbido monótono de las aguas amansadas por el estiaje. Cualquier sombra puede convertirse en un movimiento envolvente de sigiloso penacho en agresivo azote. Pero, en un momento dado, el grillar intermitente de la oscuridad se solapa ante el estruendo imprevisto. Luego hay un silencio que se puede interpretar como cómplice, pero que sólo es el resultado de la confianza, de la placidez del reposo a la vera de un gigantesco roquedal como guardián, o al arrullo del río medio estrangulado por la maleza.
Ya no fue una sola vez, sino varias. Los asaltantes, esos forajidos que caballean sobre cabalgadura robada, osados ante las persianas desenvueltas y guiados por la maledicencia, actúan a sus anchas. Tal vez son sabedores de que la vigilancia nocturna en tan apacibles pueblos es como un gigantesco tricornio desnortado que se mueve lánguido y no acaba de colocarse allí donde debe. Y que deja hacer. Que no vigila. Que no se da por enterado. Y que ignora, o quiere ignorar, que la ciudadanía está asustada, que necesita que se le protejan sus bienes, y que no es suficiente decir que ya están controlados y que ya sabemos quiénes son.
Un valle objeto de deseo por sus variados atractivos no puede estar expuesto a la extorsión y al bandidaje del modo en que lo está siendo ahora.
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