Envejecer con la cabeza muy alta

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Isabel García, ‘la Cubana’, mantiene a los 98 la alegría de los mejores años: “cuando era jovencita era más apagada que ahora, me llamaban abuela”

Isabel García Sánchez, la cubana, en la residencia de Grado

Lucía S. Naveros / Grado
Isabel García Sánchez, ‘la Cubana’, nació cuando en la mayor parte de Asturias había que lavar en el río, y “la vida entera era trabajar, trabajar y nada más”. Ahora, con 98 años, maneja perfectamente el wasap para enviar o recibir una foto, y cada día se levanta a las seis y media de la mañana, para arreglarse y cuidarse cuando todos los demás aún duermen.Vive desde el año 2002 en la residencia de mayores de Grado, y este año ha sido premiada por el Ayuntamiento de Grado por su buen envejecer, junto al también galardonado Manuel Suárez, ‘Anco’ .
“Cuando me lo dijeron me quedé de piedra. Qué gran satisfacción”, afirma sonriendo. Es una mujer guapa, recta, bien arreglada, de sonrisa cálida y optimista. No sabe decir cuál es el secreto de ese buen envejecer. “Creo que es la vida, te lo da la vida. Yo he llevado una vida tranquila y saludable”, reflexiona. Su optimismo, su agrado por todo lo que la rodea sin duda han contribuido, porque no tiene una mala palabra para nadie. Y es muy alegre. “No siempre fui así. Cuando era jovencita era tímida, era más apagada, fíjate que me llamaban la abuela”.
Dejó Cuba a principios de este siglo, en 2002, porque allí se había quedado sola. Y Asturias, nada más llegar, “me encantó”. Le gustó el paisaje y aunque al principio echó de menos el calor del Caribe, ahora cree que no hay clima como el de aquí, “que no hace ni mucho frío ni mucho calor”. Le gusta el paisaje, las montañas, la residencia en la que vive, y también le encanta la isla en la que pasó la mayor parte de su vida. “Es muy, muy bella”.
Nunca se casó ni tuvo hijos, y fue hija única de una pareja de Grado, de Santa Cristina y Las Corujas, que emigraron para ganarse la vida. Primero a Arjonilla, en Jaén, donde nació Isabel, y después a Cuba, donde tenían familia. Allí tuvieron una panadería. Trabajó en una empresa textil, Tricana, que habían montado cuatro socios, dos de ellos judíos polacos, supervivientes de los campos de concentración nazis. “Les quitaron un hijo en el campo de concentración, y tuvieron la inmensa suerte de encontrarlo años después. Trabajaron mucho, mucho, y crearon esa empresa, que llegó a tener 400 empleados. Yo estuve en oficinas, trabajé allí 28 años, también después de la Revolución, cuando fue nacionalizada”. Y es que esta mujer de memoria prodigiosa, que en solo dos años cumplirá el siglo de vida, se acuerda muy bien de la revolución cubana, “cuando bajaron de las montañas, con aquellas barbas, y la gente les adoraba, les parecía a muchos que eran como Cristo”. “Para mucha gente supuso la ruina, habían trabajado mucho y se quedaron sin nada. A mí no me afectó, yo estaba sola y seguí tranquilamente en Cuba. Entiendo que Fidel era una persona excepcional, muy inteligente, sabía mucho. Allí se hicieron muchas cosas muy bien, y otras mal, como pasa en todos los sitios”.
De sus años en Cuba recuerda también los centros y sociedades de emigrantes españoles. “El Centro Asturiano, por ejemplo. Los españoles han dado mucho allá, han trabajado muchísimo y han dejado allá muchas cosas buenas. Yo fui socia de hasta seis asociaciones españolas, estaban muy bien”. El cambio social que ha visto durante su larga vida es enorme. “España ha cambiado muchísimo. Las mujeres, por ejemplo. Aquellas mujeres de luto, vestidas con sayas, que no habían sabido otra cosa que trabajar, lavar en el río, cuidar los animales, no paraban de trabajar nunca. Nos mandaban a Cuba esas fotos, y allá las mujeres no eran así, no vestían así, y muchas eran amas de casa pero con otros medios. Eran allá de otra manera”.
Ya jubilada y sin familia directa, se quedó sola y sus primas le pagaron un primer viaje, y luego ya volvió a España para quedarse, “porque me lo propuso mi prima, María Casimira, ya fallecida”. Otra prima, Maruja, y su marido, “me llevaron a Andalucía para que conociera el pueblo de Jaén donde nací”. Con sus familiares asturianos redescubrió su patria. “Estuve en La Felguera, en Grao, en Gijón, tenía mucha familia y era excelente, una familia muy cariñosa y atenta”. Decidieron buscarle plaza en una residencia, y al principio le asignaron la de Quirós. “La asistenta social, Maribel, y mi prima Maruja insistieron en que había plaza en Grao, que era de aquí, y conseguí entrar”. “Estoy orgullosa de esta residencia, de la dirección y de los trabajadores. Tengo una habitación para mí sola, aunque durante años he tenido compañeras, muy buenas también, como Adamina, que sigue viviendo aquí”. Sin duda, la Cubana ha traído a la residencia un poco del sol de la isla caribeña.

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