Nuestros desastres naturales

Somiedo, Belmonte y Salas sufrieron en el pasado cataclismos como la ‘fana’ de Castañeu, en el siglo XVII, el alud de Perlunes o el desprendimiento de Ovanes

Las flechas indican el lugar donde quedó enterrado el pueblo de Castañeu, en una imagen del historiador Javier F. Granda
Severino A. Hevia
[La Claraboya]

Viviendo, por desgracia, seguro que el mayor desastre en lo que va de este siglo con lo de la DANA padecida por nuestros vecinos valencianos, con lo de la gravedad de lo que supone sobre todo en pérdidas humanas y en pérdidas materiales, y ya en menor medida, aquí en Asturias, con la fana en el Huerna, que nos condena a los asturianos a un mini-aislamiento por carretera con la meseta, quiero y debo aprovechar en el momento para sacar aquí a colación y que no caigan en el olvido dos tremendos sucesos acaecidos hace ya un tiempo en nuestra zona, de tremendísima gravedad también por su gran coste humano:
El alud de Perlunes (Somiedo, 1935)
En el mes de marzo del año 1935, un gran alud de nieve sepultó una vivienda en el pueblo somedano de Perlunes cobrándose la vida de seis personas mientras dormían, una madre y cinco de sus hijos. El padre y otro de sus hijos se salvaron al no encontrarse en casa en el momento de producirse el fatal acontecimiento. Este suceso, al ser relativamente reciente, está fehacientemente documentado y de él se pueden conocer más detalles, y probablemente se trate de uno de los mayores en cuanto a número de víctimas de los que hay constancia que se produjeron en Asturias a lo largo de la historia (el mayor, con once víctimas, fue en el pueblo de Pajares, en Lena, en la “nevadona” de 1888).
La fana de Castañedo de Miranda (Belmonte de Miranda, s. XVII)
El pueblo de Castañeu de Miranda fue sepultado en el mes de marzo de 1644 por un gran desprendimiento de piedras y lodo que cayeron del monte Courío, desprendimiento que provocó la plena desaparición del mismo, asentamiento, habitantes, animales, ect.., todo. La tradición oral nos habla de ello y también de que a raíz del suceso, se fundó en las proximidades, allí al lado, el pueblo de Villanueva como nuevo asentamiento. El único aporte documental de esta catástrofe se encuentra en la Real Academia de la Historia, Papeles de los Jesuitas, del sacerdote Gaspar Ibarra, manuscrito fechado en 1644, que textualmente transmite: «una noche, cuando toda la gente del lugar se encontraba recogida en sus pobres chozas, en el mayor silencio comenzó a dar estallidos horrendos el monte arrojando de sí un pedazo tan grande de la cima, y con tal violencia, que vino a caer en tal proporción en el lugar vecino que sin dejar una casa le arruinó todo no perdonando vida alguna de los que en el moraban.»
Paralelamente en lo geográfico a este gran desprendimiento en el Monte Courío, también hay constancia oral y geológica de otro desprendimiento que se produjo en la otra vertiente del río Narcea, en el año 1844, según recoge Pascual Madoz en su Diccionario Geográfico, esto es, desde el pueblo de Ovanes, hasta el pueblo de La Vega de Castañedo, en Salas, que también sepultó varias viviendas y provocó el anegamiento de toda la vega aneja al río. Me hace pensar el hecho de que estas dos grandes fanas de terribles consecuencias se hayan producido en una zona que había sido pasto de una gran actividad minera aurífera en la época de los romanos. Y, reitero, quiero sacarlo a colación porque, aún tratándose de sucesos tremendamente luctuosos y de trágicas consecuencias, entiendo que es necesario mantenerlos en nuestra memoria como parte de nuestra historia, sabiendo que sucedió, esperando no vuelva a suceder y procurando que su conocimiento nos lleve a que seamos conscientes del peligro que corremos cuando nos enfrentamos a la naturaleza.

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