Escuela de Aprendices de Trubia: calidad y gratuidad

Por Roberto SUÁREZ MENÉNDEZ

Siguiendo la estela del último artículo publicado el mes pasado, continuamos celebrando el 175 aniversario de la Escuela de Aprendices y traemos a colación la Orden de Creación de dicha Escuela, algo que fue un proyecto exclusivo de Francisco A. de Elorza.
De su idea y de la implementación en Trubia de su proyecto surgieron un montón de promociones que regaron toda España y Europa de magníficos profesionales y algunos de ellos alcanzaron metas que, si no fuera por su formación en Trubia y las facilidades que se les daban, hubieran sido inalcanzables para chicos procedentes de familias humildes con limitados recursos. Esta Escuela, no sólo dio excelentes profesionales, sino que procuró a España y a Europa grandes profesionales que tuvieron reconocimiento allí donde se asentaron o donde fueron llamados. Podríamos explicar la trayectoria de muchos de ellos, pero este espacio se nos quedaría pequeño.
El primer detalle a tener en consideración es que era una «escuela o academia gratuita», eso ya nos da mucho a entender, no sólo era el aprendizaje, sino que la formación se recibiría con coste cero para los que estuvieran interesados, también era muy de provecho para las novedosas instalaciones que se iban a implantar en Trubia.
Pues bien, nuestro personaje ya lo tenía muy claro hace ya casi 200 años cuando deja constancia en 1850, que desde el día 7 de enero de ese año quedará instalada «en esta fábrica para los oficiales y aprendices de sus talleres una escuela o academia gratuita a la que con igual condición podrán asistir cualquier otra persona que desee aprender las materias que deban cursarse, siendo de estas los elementos más sencillos de la aritmética en cuanto hace relación a las artes y oficios y el dibujo geométrico aplicado particularmente a la delineación de máquinas y artefactos».
Su clarividencia y sus intenciones ya las definió perfectamente en el primer párrafo de su comunicación a los operarios de la fábrica de Trubia en 1850. Estaba convencido que dicha instalación la justificarán «a no dudarlo» los resultados, demostrando ser el medio más eficaz de facilitar el aprendizaje, «por cuanto no se obrará por una ciega imitación y si con inteligencia de abrir nuevas y útiles ocupaciones obtenidas naturalmente para todo el que careciese de una instrucción sólida, tanto más fácil de proporcionarse en un Establecimiento donde la multitud de máquinas acomodadas a los últimos adelantos, y los variados ramos de industria que en él se ejercen permitan aplicar inmediatamente los principios de la teoría desenvueltos en las lecciones de la Academia».

Cualquier aprendiz de la fábrica o cualquier persona que conozca lo que allí se puso en marcha, sabe y dará por buenas las palabras de Elorza; porque a lo largo de la existencia de la Escuela esos fueron los valores principales en los que se basó su andadura. Aunque con altibajos en ciertos aspectos, la esencia mantuvo siempre aquello que Elorza expuso en 1850.
Seguidamente detalla las personas que estaban encargadas de la enseñanza, y explica que, habiendo contratado maestros extranjeros expertos en cada especialidad y en tanto en cuanto no llegasen a Trubia, las primeras enseñanzas estarían a cargo de los oficiales del Cuerpo de Artillería empleados en el establecimiento, pretendiendo con ello que los alumnos «puedan con el tiempo sustituirlos a una práctica determinada, una educación artística más amplia concurriendo así en común con tales precedentes al desarrollo positivo y perfección mayor de la industria del país y reportando en particular los incalculables beneficios que les proporcionará una instrucción teórica de tanto valor para los adelantos en cualquier arte y consiguiente ventaja de cada individuo en su respectiva profesión”. Se basaba en que esa instrucción era tanto más fácil de proporcionarse en un «establecimiento donde la multitud de máquinas acomodadas a los últimos adelantos, y los variados ramos de industria que en él se ejercen permiten aplicar inmediatamente los principios de la teoría desenvueltos en las lecciones de la Academia».
En la misma proseguía explicando las clases que se iban a impartir, era un plan metódico, e informaba que para quienes emprendiesen con éxito las clases de Geometría y Mecánica, anexa la del dibujo «era indispensable conocer la Aritmética» y en función de los avances se constituiría una clase general en la que después de breves explicaciones sobre las partes de la Aritmética «de cuyo conocimiento no puede prescindirse», se verificará un examen para clasificar por el que con este ligero repaso quedan en actitud de pasar a las clases superiores sin perjuicio de que en ellas contribuirán afirmando y ampliado sus nociones respecto de la inmediata inferior».
A la vista de lo expuesto, no cabe ninguna duda que lo tenía todo bien previsto, que sus ensayos de laboratorio en el mediodía español y las deficiencias que padeció para disponer de nacionales que suplieran a los extranjeros, le permitieron proyectar en Trubia aquello que consideró necesario implantar.
Proseguía dando cuenta que los que, por resultado del examen, no se encontrasen en disposición de pasar al estudio de Geometría quedarían en la clase de Aritmética y continuarían sus lecciones metódicas de Geometría y Mecánica al curso elemental publicado por el coronel del Cuerpo D. José Odriozola.
En cuanto al dibujo geométrico decía que se elegirían las lecciones más convenientes según los tratados más modernos y completos de la materia, entre los que servirían esencialmente el mecánico constructor y la colección de modelos aplicados a la enseñanza del dibujo de las máquinas por mr. Leblanc, profesor del Conservatorio Real de Artes de París.
En cuanto a la «hora destinada a tan útil ocupación» será la primera de la noche, inmediatamente después de terminados los trabajos de los talleres, debiendo precisamente asistir todos los oficiales y aprendices de ella. Y para todos aquellos que deseasen voluntariamente concurrir, deberían presentar al coronel director una instancia para decretar su admisión con conocimiento de las circunstancias del pretendiente, así como en lo sucesivo se determinaría el despido de la escuela y aún de la fábrica «el alumno cuyo irregular comportamiento o conocida desaplicación lo exigiera para dar lugar en la instrucción a otros cuyo buen deseo los haga en su día acreedores a las ventajas que en el mismo establecimiento se proporcionarán al verdadero mérito según el plan de recompensas que oportunamente se establecerá».
Hasta aquí hemos detallado el plan que Elorza, llevó a rajatabla durante todos sus años de existencia.
Con respecto a estos primeros años de arranque tenemos dos importantes menciones, una es del aprendiz Antonio Campa Velasco que en sus Memorias dice que hasta finales de 1846 empezaron a llegar el personal foráneo contratado, si bien, a mediados de 1845 seleccionó entre otros, a tres o cuatro muchachos con trece años cumplidos con un real de jornal prometiéndoles que en cuanto llegasen los maestros extranjeros los colocaría de aprendices de ellos. Este aprendiz estuvo a las órdenes del maestro picador de limas, Enrique Demoulins, con un sueldo de 30 reales diarios. Al poco tiempo las condiciones de trabajo fueron más ventajosas para los aprendices: «el contrato era por 10 años, nos concedía casa gratis, asistencia facultativa, 5 reales diarios en caso de enfermedad y si no hubiera trabajo en limas se nos emplearía en otros trabajos con un jornal de 7 reales y que el contrato se tendría en cuenta para los efectos de retiro».
La segunda alusión nos la relata Carlos J. Bertrand Demanet, maestro belga llamado por Elorza para ponerse al frente del taller de molderías y especialmente de la de adornos bustos y estatuas de la fábrica de Trubia, y dejó escrito que había desembarcado en Gijón el 28 de febrero de 1846 y «montamos seguidamente nuestros hornos y cubilotes, llenamos nuestros talleres de aprendices con mozos de 15 a 20 años (…) Elorza estableció escuelas de matemáticas, dibujo y otras, en las cuales los aprendices, fuera de las horas de trabajo, iban adquiriendo, no solamente los conocimientos indispensables a las distintas profesiones que ejercían dentro del establecimiento, sino también la suficiente educación para alternar en la sociedad con otras clases más elevadas; así es que en pocos años llegó el Sr. Elorza a formar en Trubia un núcleo de maestros y operarios inteligentes y laboriosos a la par que honrados e instruidos ciudadanos».
Así expresaba sus pretensiones para el futuro: «yo no quiero obreros solamente para Trubia, quiero crear un plantel de obreros que lo mismo que ahora vienen aquí maestros extranjeros sean los de aquí quienes los reemplacen en todas las dependencias del Cuerpo, y en cuanto yo tenga obreros que desempeñen funciones de maestros, mandaré los extranjeros a sus países tan pronto como terminen sus contratos». Más aún, aspiraba a que con el tiempo pudiesen «sustituir una práctica determinada, una educación artística más amplia concurriendo así en común con tales precedentes al desarrollo positivo y perfección mayor de la industria del país, y reportando en particular los incalculables beneficios que les proporciona una instrucción teórica de tanto valor para los adelantos en cualquier arte y consiguiente ventaja de cada individuo en su respectiva profesión».
Hoy, en el 175 aniversario de su creación, con la experiencia adquirida, con las investigaciones realizadas de sus inicios y a la vista de sus frutos, podremos juzgar si se hizo un buen trabajo y si los resultados fueron los esperados.

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