Son las fiestas de mi pueblo

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Por Marcos LUENGO
Pregón de las fiestas de Santiago y Santa Ana GRADO

 

La forma de vivir las fiestas de su pueblo pueden definir a una persona. Es la celebración de la comunidad, el momento en el que los amigos, los conocidos, los vecinos y hasta los que no te desean ningún bien se olvidan de sus problemas, los propios y los comunes para darse una tregua, para sentarse, brindar, compartir y renovar los votos, cargar las pilas para volver a la rutina diaria de trabajo: lucha, esfuerzo, pequeños éxitos y grandes fracasos.

Por eso me hace especial ilusión pregonar las fiestas de Santiago y Santana, por que son las fiestas de mi pueblo, porque es donde todo empieza y todo acaba, porque sois vosotros los que me habéis acompañado durante estas décadas. siempre estando ahí, con las presencias y ausencias que componen una vida.

Mi trayectoria vital y la de todos vosotros se podría dibujar siguiendo nuestra participación en las fiestas, la forma en la que las hemos vivido en cada etapa de nuestra existencia.

Mis primeros recuerdos de estas fiestas se remontan a los últimos 60, mi infancia, recuerdos quizá contaminados por fotografías vistas posteriormente. El parque de arriba, Casa Sindo, la música sonando desde el quiosco, mis padres, mi hermano Juan, un bebé, mis primas, mis tíos, los amigos de mis padres y los hijos de éstos, mis amigos.

Tengo grabado en la memoria cómo mi padre me mandaba que corriese a buscar las varas de los voladores para ponerles un corcho de sidra en el extremo y luego me incitaba divertido a que persiguiese a las mozas con aquel invento.

A los 4 días …. el campamento de don Servando, primero a San Emiliano y luego a Matueca. Nos despertaban todos los días con el triki, triki … Los paseos por el cortafuegos y los baños en el río, allí aprendí a nadar.

Luego llegó la adolescencia. Nuestra generación fue la que empezó por aquellos años, finales de los 70, a pedir que se tirase agua desde los balcones, una alternativa urbana y mas segura que la de los baños en la rina, pero igual de refrescante.

¿Os acordáis cuando en vez de arrojarnos agua nos regábamos con el vino del  bollo?, ¡Cómo ardía la piel cuando daba el sol!.

Sea como sea, el hecho de acabar empapados ha estado presente como una especie de rito purificador en unos casos y pacificador en otros.

Creo que los 80 fueron los mejores años de las fiestas, a mi juicio, claro, porque yo de aquella tenia 15-20 años y a esa edad cualquier fiesta es la mejor. Se empezaron a hacer los desfiles de carrozas, alguna de las mejores firmada por mi tío Marcos.

 

Marcos Luengo leyendo el pregón

 

Los 80 fueron años muy intensos. Las cosas pasaban muy rápido. La discoteca del parque, donde te podías encontrar a todos los del instituto y del colegio, cerraba a eso de las 11 y no había muchas alternativas. Pronto empiezan a proliferar los pubs que aseguran alargar las noches, pero aun puedes ir al cine Rada, en donde todos los sábados ponían películas con dos rombos .¡ Lo que hacíamos para parecer mayores y que Ladis nos dejase entrar!.

En esta época, las fiestas las vivía en pandilla, una de aquellas pandillas formadas por locales y los veraneantes de tres meses (antes había muchos y yo conservo grandes amigos y amigas entre ellos). Íbamos todos a la playa del Aguilar en el tren de las 10:40 o hacíamos dedo, costumbre muy habitual entonces.

Nos disfrazábamos para concursar en el baile de disfraces del parque.

Recuerdo aquellas larguísimas veladas en el parque de arriba comiendo pipas y contando aventuras después de haber pasado la tarde en Pepe el Bueno tomando sidra y comiendo las patatas bravas de Teresa.

Durante este periodo me perdí algunas fiestas por hacer cursos fuera. Como os podéis imaginar, nada mas llegar me ponía al día con todo lujo de detalles exagerados y me aseguraban haber perdido el Santiago y Santana del siglo, haciéndome dudar de la necesidad de hablar inglés.

Luego llega la facultad y la novia, Verónica. La conocéis todos: mi compañera de viaje desde entonces, mi 50%, y en gran parte responsable de que hoy este aquí. Dejamos de hacer “dedo” y empezamos a viajar en 2 caballos y a vivir las fiestas en pareja. Un poco después, el ciclo vuelve a empezar porque llegan nuestras maravillosas hijas, nuestro mejor proyecto. Primero Teresa y luego Carmen, dos santaneras de pro que me obligaban a levantarme para llevarlas a la fiesta del agua que vivían a tumba abierta exigiéndome una atención de la que yo era incapaz después de los mojitos del rincón cubano del día anterior.

Afortunadamente siempre estaba en el prao mi tía Pili con sus espléndidas empanadas y tartas, tan grandes y buenas como ella misma.

Volvemos a la celebración en familia, alrededor de la matriarca.

Ahora ya en la madurez, son las fiestas tranquilas, las de las reuniones con los amigos, con menos excesos pero con las mismas ganas e intensidad. Unas fiestas de las que el Ayuntamiento ha querido hacerme pregonero, algo que me ha ilusionado y emocionado y que agradezco enormemente.

Son las fiestas de mi pueblo, de mis vecinos, de mi familia… las fiestas que han acompañado mi vida, así que os invito a vivirlas y a disfrutarlas como siempre he hecho yo.

¡Vivan Santiago y Santa Ana!

 

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